Pensamiento de la Semana

JESÚS dijo en una ocasión: “...Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Juan 10:10b). Cuando pienso en esto, no puedo sino llegar a la conclusión, de que el propósito de Dios para con el hombre va mas allá del hecho de proporcionarle existencia física (vida), va hasta el hecho de que Él desea que esta existencia física o vida sea abundante, es decir, que sea plena, rebosante, que posea más de lo necesario de aquellas cosas que realmente proporcionan bienestar a los hombres.

Hombre y Mujer, a imagen de Dios


Siempre ha existido la disyuntiva acerca de quién será mejor ¿el hombre o la mujer? O ¿Quién será mayor? ¿Quién será más fuerte? ¿Quién complementa a quién? Desde el machismo hasta el feminismo nos hemos enfrascado en una tonta batalla de ideas y a veces de algo más.

Creo que lo mejor a la hora de dilucidar estás cuestiones, es preguntarle como decimos en criollo, al Padre de la criatura, a Dios. El creo al hombre y a la mujer, así que nadie mejor que Él para aclarar dudas.

Para acudir a Dios con el fin de aclarar dudas, lo mejor que podemos hacer es ir a Su Palabra, La Biblia. En Génesis 1:27 leemos: “Así que Dios creó a los seres humanos a su propia imagen. A imagen de Dios los creó; hombre y mujer los creó”. Según este versículo, Dios creó tanto al hombre como a la mujer en condiciones de igualdad y con el mismo diseño: “a Su imagen”. No encontramos preferencias, ni exaltación alguna para ninguno de los dos.

En los versículos siguientes vemos, que tanto tareas, como mandamientos y ordenanzas, fueron dados a ambos por igual: “Luego Dios los bendijo con las siguientes palabras: «Sean fructíferos y multiplíquense. Llenen la tierra y gobiernen sobre ella. Reinen sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que corren por el suelo».” (Génesis 1:28).

Luego en el capítulo 2 de Génesis,  encontramos con más detalle, como fue que Dios creo a Adán y a Eva. Observamos que Dios hizo primero al hombre (Génesis 2:7), posteriormente, al ver Dios que Adán estaba solo, carente de una ayuda ideal, decidió crear a Eva (Génesis 2:21-25).

Si examinamos con más detalle estos versículos, notaremos que Adán estaba solo, en tal grado que nada en toda la creación podía satisfacer dicha necesidad. Es entonces, que Dios toma la decisión de crear a Eva y lo hace partiendo de una costilla de Adán y no del polvo de la tierra como lo hizo en el principio con este, ¿Querrá decirnos algo Dios, al crear a Eva de manera distinta?

Eva vino a ser la respuesta de Dios a la necesidad de Adán, convirtiéndola en el complemento perfecto para él.  Por fin el hombre podía estar completo, pleno, satisfecho, gracias a Eva.

Sin embargo cabe destacar, que tan maravillosa, extraordinaria y perfecta respuesta de Dios, la mujer, no estaba completa en sí misma, pues fue diseñada para complementar al hombre.  Todo esto nos pone en igualdad de condiciones, pues el hombre sin la mujer está incompleto y la mujer sin el hombre también lo está.

Fuimos diseñados para complementarnos, por lo que asumir actitudes de competencia, es a todas luces un acto de insensatez.

Jamás el hombre y la mujer, muy a pesar de realizar iguales tareas y asumir iguales responsabilidades, podrán igualarse en virtudes y capacidades, pues Dios nos hizo distintos, diferentes con el fin de que al unirnos, formáramos una unidad perfecta. Dos seres (hombre y mujer) radicalmente distintos, conformando una perfecta unidad en medio de la diversidad que le caracterizan.

¿Cómo es posible que dos seres tan distintos puedan compartir una vida juntos y en armonía? La única manera de lograrlo, es asumiendo el diseño de Dios para la vida de cada uno en la relación matrimonial. Tanto el hombre como la mujer ejerciendo sus roles reglamentarios, aceptando sus posiciones dentro de la relación matrimonial y comprendiendo que el fin de la misma es la complementariedad y no la competencia.

Con la creación de la mujer como respuesta a la necesidad del hombre, Dios dio origen al matrimonio como base fundamental del hogar y de la sociedad, haciéndolo tan perfecto y maravilloso como el resto de la creación (no olvidemos que todo esto ocurrió en el sexto día de la creación).

Si hoy no funciona como el diseño perfecto que Dios creó, no es porque Él como Diseñador haya fallado, es porque nosotros nos hemos alejado de sus parámetros. Así que, en lugar de mirar alrededor en busca de culpables o responsables; de buscar en tantas filosofías respuestas o consejos; de denigrar de la institución matrimonial como algo defectuoso, fallido o anticuado; en primer lugar seamos valientes y humildes reconociendo que hemos errado en nuestro proceder. Luego, acudamos al Gran Creador y Diseñador del hombre, la mujer y el matrimonio, con el fin de recibir sus consejos, la debida orientación y su inigualable ayuda para que nuestros matrimonios sean como Él lo planeó y nosotros disfrutemos del mismo, comprobando que es como Dios lo vio “bueno en gran manera”.

Juan Carlos Rada

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